¿La llorona en la casa de los maestros?

El mito se volvió realidad en la Colonia Morelos de Valles

Por El Azul

No se recuerda el mes exacto, pero sí que era una de esas noches en las que la tormenta parece querer partir el cielo en dos. El viento silbaba como si arrastrara almas perdidas, y los relámpagos iluminaban la oscuridad con una furia antigua. Llovía sin cesar, y ya entrada la madrugada, cuando el sueño se vuelve más profundo y las sombras más densas, comenzaron los aullidos.
Primero, los perros de la casa. Luego, los del barrio entero. Unos ladraban, otros gemían, como si algo invisible caminara entre ellos, algo que solo los animales podían percibir.
Entonces, tras un relámpago que iluminó por completo el interior de la casa, se escuchó un lamento largo, desgarrador, como de una mujer perdida en su dolor. En esa casa vivían varias jóvenes normalistas, estudiantes llenas de sueños, pero esa noche todas sintieron el mismo escalofrío recorrerles la espalda.
Mi hija y mi esposa, que aún no dormían, se acercaron a la ventana del cuarto, intentando ver algo más allá de la cortina de lluvia. No había nadie, y sin embargo, el lamento volvió a escucharse, ahora más claro, más triste, como si suplicara perdón.
Lucía Torres, una joven de mirada inquieta, dijo en voz baja:
—Dice mi mamá que entre más lejos se escucha el lamento, más cerca está la Llorona...
Un silencio cayó sobre todas. Las jóvenes se miraron entre sí, y sin decir palabra más, corrieron a acostarse, se taparon hasta la cabeza y comenzaron a rezar.
Desde entonces, esa noche quedó grabada en sus memorias. Algunos dicen que fue solo el viento. Otros, que los perros presentían algo más. Pero los que estuvieron ahí saben que la Llorona pasó por esa casa, buscando quizás a sus hijos, o tal vez solo recordando el dolor que la condena a vagar eternamente entre la lluvia y el relámpago.